Democratización de los servicios culturales… o museos sin límites desde mi experiencia laboral


por Ángeles Miguélez Martínez. Guía de la Rede Museística Provincial

 

Cuando gracias al “jaws” pude leer en Internet, a pesar de ser ciega, que en la Diputación Provincial de Lugo se ofertaban una serie de plazas reservadas para personas con discapacidad como “vigilante guía” para los museos de la Red Museística, yo misma pensé que ese no era el puesto más adecuado para una persona en mis condiciones. ¿Cómo iba yo a vigilar a nadie? ¿Cómo iba un ciego a mostrar las sacrosantas piezas de un museo?

Así que por si no fueran pocas las barreras y dificultades que la sociedad nos pone a las personas con discapacidad, ahí estaba yo una vez más; ya sé que condicionada por los estereotipos y tópicos de la propia sociedad en la que vivimos, encargándome de hacerlas todavía un poco más altas e insalvables.

Ángeles Miguélez durante una visita guiada

Afortunadamente, y gracias a un pequeño puñado de personas que se encargaron de convencerme de que yo era perfectamente apta para ese puesto, me presenté al examen, lo aprobé y hoy estoy trabajando en el Museo Provincial del Mar de San Ciprián.

Este pequeño museo es uno de los más accesibles, si no el más, de todos los museos gallegos. En él se han tratado de eliminar todas las barreras, las físicas, las sensoriales y las cognoscitivas. Pero todo esto no fue suficiente, y cuando me incorporé a mi puesto de trabajo tuve que esforzarme en tratar de eliminar unas cuantas barreras más.

La primera fue inculcarme a mi misma la idea de la “integración global”. Yo era ciega, pero mi misión consistiría en transmitir una serie de conocimientos y sentimientos que se encierran en las piezas del museo a todas aquellas personas que entrasen en él, con independencia de que fuesen discapacitados, niños, adultos con licenciatura o un grupo de albañiles jubilados. Tendría que ajustar la visita al perfil de cada usuario, e intentar enriquecerla con la visión de una ciega, pero nunca limitarla a la visión de una ciega.

La segunda barrera que saltar sería concienciar y convencer a los compañeros de plantilla, de que el hecho de que se incorpore una persona con discapacidad no es una carga o un plus de trabajo para ellos. Claro que requiere un poco de esfuerzo adaptarse a el ruido de nuestros aparatos parlantes (el ordenador, el reloj, el teléfono….), o a procurar dejarnos los espacios de paso libres para que no tropecemos, o a acompañarnos a las diferentes instalaciones mientras no aprendemos a hacerlo solos. También es verdad que no podemos hacer fotografías a los grupos de visitantes o a las nuevas piezas que llegan al museo y colgarlas en las redes sociales de Internet que son un gran escaparate de las actividades del mismo pero casi inaccesibles para nosotros, ni cortar las piezas de un puzzle para entregar a un grupo de niños de preescolar. Pero si podemos buscar y rebuscar información sobre los múltiples aprovechamientos de la ballena, con los que sorprender a un grupo de abuelos que descubren así porqué dicen que se les ha roto la ballena del paraguas, o hacer disfrutar a un niño dejándole tocar la espada de un pez espada, o contándole como el capitán y el maquinista se comunicaban con el telégrafo interno.

Ángeles Miguélez durante la visita guiada

La verdad es que en mi caso, este segundo obstáculo fue muy fácilmente salvable, pues al tratarse de un museo muy pequeño con tan sólo otros dos compañeros en seguida se adaptaron y comprendieron tanto mis necesidades como mis capacidades.

Todo este esfuerzo valdrá la pena si al final llegamos al resultado deseado, a la integración global, consiguiendo eliminar todas las barreras que hemos ido señalando, las de accesibilidad, los prejuicios sociales, los nuestros propios y el complejo de gueto que un poco tenemos cada grupo de discapacitados y logramos de este modo integrarnos en una sociedad que esperemos que sea, cada vez más abierta y plural.

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