Por Stella Maldonado. Educadora en arte.
“Todo el mundo quiere entender qué es arte.
¿Por qué no prueban a entender el canto de un pájaro…?”
Picasso
Tres personalidades inquietas, con afán de saber, de conocer, de expresarse, deciden visitar la exposición “Polonia. Tesoros y colecciones artísticas” anunciada a bombo y platillo; dentro de la colección expuesta, muchas obras pero destaca una: La dama del armiño de Leonardo da Vinci. Deambulamos por las salas, con mezcla de sensaciones: expectantes ante la contemplación del gran tesoro de la exposición, cansadas por los calores estivales, hastiadas por unas obras a las que no les terminamos de encontrar el punto. Para darle más énfasis, los organizadores deciden colocar la joya de la colección exactamente al final de la exposición, como si de un rito iniciático se tratase seguimos nuestro camino de baldosas amarillas. Poco antes de llegar, nos topamos con un Rembrandt que no tiene desperdicio, entre tanta obra de segunda categoría.
Al hilo de una exposición, los temas de conversación pueden ser muy variados, y no todos tienen por qué ver con la exposición. Y eso es lo bueno del arte, que da pie para muchas cosas, divinas y humanas, reales e irreales. El arte es un mecanismo que activa nuestra memoria, el recuerdo de lo vivido. Iniciamos un diálogo en torno a él y su percepción. Se empieza a notar la deformación profesional: historiadoras del arte de formación, educadoras artísticas de profesión. No solo atendemos a las piezas sino también a la museografía, al cómo mostrarlas al público, cómo mediar con ellas para hacerlas comprensibles. Surgen las primeras preguntas de unas a otras ¿cómo enseñarías un cáliz eucarístico a un grupo de niños? ¿Y un cuadro que ensalza la viudedad femenina bajo un lema parecido al “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”?
La contemplación del arte, en una exposición, museo o galería, suscita preguntas que, de una u otra forma están encubiertas ¿Qué es el arte? ¿Lo que dicen los críticos y entendidos en la materia? ¿Una firma? ¿La naturaleza? ¿Qué sensación me produce la contemplación de una obra de arte? ¿Ha cambiado el arte tanto desde la época de las cavernas hasta nuestros días? ¿Acaso los artistas actuales manejan conceptos distintos, temas diferentes a los que se manejaban en tiempos pretéritos? ¿Cambian las intenciones o sólo los materiales y soportes? ¿Velázquez o Goya? ¿El genio nace o se hace? Todos somos creadores aunque no nos lo creamos. Y no sólo crea el pintor con sus pinceles, el escultor con sus manos, el fotógrafo con su cámara. También crea el espectador con su pensamiento artístico.
Vivimos bombardeados por imágenes, nuestra cultura es una cultura visual, pero no sólo la contemporánea; en todas las épocas se han creado imágenes con distintos sentidos, significados y usos. Los hombres de las cavernas dotaban sus pinturas de un simbolismo mágico, para propiciar la caza; los egipcios escribían en sus muros, con su lenguaje jeroglífico, auténticos panegíricos para ensalzar a sus dioses y faraones; los romanos retrataban a sus personalidades o dedicaban frisos completos a dioses (la Villa de los Misterios) con matices sensuales; en la Edad Media, las capillas, iglesias y catedrales se llenaban de pinturas aleccionadoras hacia el culto cristiano; en la Edad Moderna, aparecen los primeros grandes artistas (Giotto, Fra Angélico, Durero, Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, Rubens, Velázquez, Caravaggio, Goya, etc.) que empiezan a dar otros contenidos más humanos a sus creaciones. Detrás de todas ellas, las antiguas y las modernas, se esconde un objetivo: representar, de una u otra forma, a la sociedad del momento, sus gustos, sus creencias, sus modas y costumbres. Queda claro que la cultura visual no sólo se restringe al nacimiento del Arte Pop y el surgimiento de las nuevas tecnologías, la publicidad, la imagen y el diseño aplicados al arte; digamos que éstos lo que han hecho es poner la puntilla.
El arte se debe ver por múltiples caras, no detenerse delante y ya está, pasar a la siguiente visión. Un gesto, una veta, un color, un movimiento, nos aportarán sensaciones distintas que ayudarán a tener una visión más completa de una obra. Conocer el mundo del artista para comprender mejor su producción, aunque esto, en definitiva, no es del todo necesario, ya que cada uno puede crear su propia interpretación. Ya lo decía Umberto Eco en Obra abierta (1979): la obra del artista no está cerrada hasta que no es contemplada por el espectador, asimilada y reinterpretada.
¿Qué hace que una obra despierte tanto interés como para denominarla “obra maestra”? El término “obra maestra” se suele aplicar a las obras creadas con anterioridad al momento actual; no conozco ninguna obra de arte contemporánea, actual, que le hayan tildado de maestra; bueno, posiblemente, el Guernica de Picasso, pero poco más. Tal vez esto suceda porque todavía no alcanzamos a valorar el arte actual como algo propio de nuestra época, porque no le encontramos sentido a la expresión utilizada por muchos artistas y creadores y también porque vivimos en una continua reactualización, redefinición de las obras de arte que forman parte de nuestra historia, manteniendo vivo su espíritu y aupándolas en un pedestal.
El arte puede ser muchas cosas. Es una herramienta para crear sensaciones ¿nos puede producir repulsión, asco, rechazo? De lo sublime a lo grotesco: el cuerpo como lienzo, la basura como material artístico; vivimos bombardeados por imágenes diarias sobre catástrofes, violencia y, es curioso, nos revuelve mucho más la imagen de una artista operándose para convertirse en otro, o la visualización de las pinceladas de locura de un artista en sus últimos años de vida creativa.
A la palabra “arte” se le asocian, sobre todo, en los últimos tiempos otras palabras que, muchas veces, llevan aparejados debates muy controvertidos: provocación, marketing, mercado, participación artística, curiosidad, conservación o restauración, sensibilización hacia el patrimonio, apropicionismo de las obras… El arte actual se nos presenta como un desafío ¿incomprensión? ¿falta de interés? ¿trascendencia? ¿significados? ¿ironía? Pero ¿no es también un desafío el buscar significados ocultos en la Última Cena de da Vinci o en las pinturas de Altamira? Debemos enfrentarnos a las obras, la de hoy y las de ayer, y las de mañana, con amplitud de miras, con los sentidos, los cinco, puestos en su contemplación, para dar rienda suelta a nuestra imaginación, a nuestro juicio crítico para construir pensamiento divergente.
Una reflexión para finalizar: “El significado de las obras no es único y no reside en la obra, sino que está en un continuo proceso de definición. Como afirman las teorías cognitivas más recientes, sólo es posible aprender desde lo que sabemos y, por tanto, si entendemos el arte como experiencia en la que se revela un conocimiento nuevo para las cosas, sus producciones adquieren sentido sólo a partir del vínculo que establecemos con ellas” (Teresa Saravia, La mirada cómplice, 2007).
Contemplamos la Dama del Armiño del maestro Leonardo. Me recordó a la imposibilidad de visualizar la Gioconda en el Louvre, solo faltaban los turistas con sus cámaras y flashes. Y salimos de la exposición con una sensación agridulce. La mañana fue intensa, creando conversaciones cruzadas, numerosas opiniones salieron a flote, todas válidas, porque en esto del arte, no valen censuras, ni tabúes.
Bibliografía
Eco, Umberto. (1990). Obra abierta. Barcelona: Ariel. (1ª edición 1979).
Saravia, Teresa. (2007). La mirada cómplice. En Fernández, Olga y Río, Víctor del (eds.). Estrategias críticas para una práctica educativa en el arte contemporáneo. Valladolid: Museo Patio Herreriano. Págs. 43-59.