El museo creador de patrimonios intangibles desde lo material: construcción de aprendizajes sensoriales, narrativas personales y redes interculturales


por Stella Maldonado. Educadora en arte.

 “La museología es una ciencia social e histórica no sólo porque produce un enfrentamiento dialéctico público-museo, sino porque el mismo contenido del museo –el objeto- es un elemento esencialmente socializado”. Este es el concepto de museología que Aurora León nos transmite en su texto El museo: teoría, praxis y utopía (1978), una de las primeras aportaciones, y una de las fundamentales, para crear una etimología de la ciencia museológica. En él, la autora aporta al concepto de museo el matiz de elemento constructor de historias sociales.

  Desde esta publicación de 1978, sería lógico que el ámbito museístico hubiese cambiado, sufriendo los mismos avatares de las transformaciones sociales. Han pasado varios siglos desde aquellas cámaras de las maravillas, en las que predominaba el afán de atesorar objetos traídos de todas las partes del mundo, y  que eran únicamente mostradas a un grupo reducido de intelectuales; o de esas salas antiguas de museos decimonónicos en los que los cuadros tapizaban las paredes, sin dejar reducto al didactismo. Pero estas visiones, en lo esencial, no han cambiado tanto. Y de cambios rotundos es de lo que adolece el museo actual. La nueva museología surgida en los años 70 del siglo XX, con Henri Rivière a la cabeza, se dedicó a buscar la independencia de la disciplina, proclamando la superación de la institución tradicional, y por tanto, la creación de un museo dentro de un marco democratizador. No obstante, esto no ha sido suficiente para un grupo de teóricos-museólogos que afirman el estado crítico de nuestros museos, y piensan que es necesario una revisión de los paradigmas, cuestionando las narrativas que plantea el museo moderno.

De esta forma nació la museología crítica que hunde sus raíces en el paradigma crítico en pedagogía y las teorías culturales del pensamiento postmoderno. Con ella, se pretende que los museos del ahora, de nuestra sociedad actual, se abran al público que acude a sus salas. Se quiere desechar la imagen de museo como institución para darle un lavado de cara” y construir comunidades: comunidades de aprendizaje sobre todo, en las que no sólo sea aprendiz el visitante, sino también sus profesionales, ya que todos ellos generarán el discurso significativo que deberá proponer el museo.

Lo que se persigue, en palabras de Martín Prada (2006), es la reelaboración del discurso museístico pretendiendo una mudanza de los roles tradicionales de sus prácticas y de sus sistemas de mediación, para lograr así el desmantelamiento de las relaciones de significado que siempre habían preponderado, para construir otras redes de significado, en las que intervienen los profesionales del museo, los mediadores, el público visitante, el espacio y los objetos, y así abrir paso a experiencias efectivas personales.

  Así pues, la institución cultural se debatirá en la formación de  «…aquellos museos que tienen como finalidad expandir el conocimiento, desde procesos informativos, indicativos y técnicos y aquellos museos que tienen como finalidad aportar distintas visiones, versiones, opiniones y preguntas desde procesos polifónicos, subjetivos y narrativos»  (Padró, 2003).

  Nuestra perspectiva y reflexión desde la que parte nuestra práctica profesional tiende a aliarse con la segunda opción, ya que puede llegar a entretejer diferentes estructuras asociativas, de una forma dialogante y narrativa; narrativas que son construidas por los profesionales del museo a partir de las de los visitantes, interconectando lenguajes e historias, formando así el objetivo principal del museo excavar en sus omisiones, dilemas y contradicciones y compartir estos procesos con los visitantes, los profesionales de los museos y las comunidades, considerados todos ellos compañeros de viaje, más que consumidores compulsivos o masa inexperta (Hernández, F. y Padró, C., 2000).

  El museo como espacio social

  El museo como centro integrador de la cultura es un hecho que, desgraciadamente, es de nuevo cuño. Desde que naciera la museología crítica como nuevo enfoque para la remodelación de los museos, se ha pretendido crear redes de comunicación más abiertas a través de distintas propuestas didácticas. El museo se presenta como gran comunicador, interlocutor de distintas personas y discursos, favoreciendo narrativas influidas por los condicionamientos sociales, culturales, económicos y políticos; y como aglutinador de una serie de piezas a mostrar. El nuevo museo resurge para dar voz a todos los visitantes, para que todos se crean interlocutores importantes de hacer valer sus creencias y pensamientos, construyendo conocimiento.

  La tendencia actual de los museos de orientarse al público responde al deseo de cambiar oportunidades por riesgos y es el origen del “museo comunicador” (Fontal, 2003; 49-78), capaz de entablar con éxito un diálogo abierto con la comunidad; un museo que dedicará sus esfuerzos colectivos a motivar la participación del público en sus exposiciones, programas y actividades con lo que no podrá evitar involucrarse para tejer complicidades y fortalecer la relación museo-sociedad. Cuando el museo consiga cumplir su papel de agente social dentro de la comunidad, estaremos delante de un museo que integra a los distintos públicos que habitan dentro de él, contribuyendo a romper los conceptos de clases y desniveles culturales, superando las posibles fronteras espaciales, sociales, geográficas, físicas y psicológicas, dando cabida a distintas identidades (Fontal, 2003; 69) que generarán experiencias enriquecedoras. Lamentablemente, a día de hoy, siguen siendo pocas las instituciones que se enmarcarían dentro de este modelo.

  El museo como espacio para la educación y la producción crítica cultural.

  “Los museos son lugares únicos dónde se estimula el aprendizaje. Un museo ofrece una experiencia directa con objetos reales… Los visitantes pueden pasear hasta que hallen algo que les llame la atención y pueden regresar al museo tantas veces como deseen para encontrar aquello que les interesa” (Padró, 1995)[1].

  La educación “museal” entra dentro del ámbito no formal, ya que no cuenta con los mismos postulados oficiales que la educación formal reglada. Esta diferenciación, es la que hace, tal vez, que existan tantas “barreras” entre uno y otro, considerando, en la mayoría de las ocasiones, las estrategias didácticas del museo como una simple herramienta pedagógica al servicio dela escuela. Son dos ámbitos diferentes, evidentemente, pero no por ello deben suponer un descrédito sus planteamientos; el museo no es un colegio, sino un compañero en la formación continua de los educandos. Ambos deberían caminar juntos, ya que aquellos presupuestos que el espacio docente no puede cubrir,  se pueden suplir con las acciones que oferta el museo, en una línea mucho más experiencial, emocional, procedimental.

  El museo también debe crear unas líneas pedagógicas propias, ya que, aunque es considerado como espacio de ocio o deleite, pretende proponer retos en la formación de los individuos que acuden a él. Por ello, se aboga por unas políticas pedagógicas activas, constructivas, que dejen a un lado conceptos como los de aburrimiento, desinterés, obligación. Existe un pensamiento del pedagogo Paulo Freire “el pensamiento del educador, sólo gana autenticidad en la autenticidad del pensar de los educandos, mediatizados ambos por la realidad, y, por ende, en la intercomunicación”, con el cual nos gusta trabajar, porque se puede transpolar al ámbito de los museos de la siguiente forma: “el pensamiento del museo, sólo gana autenticidad en la autenticidad del pensar de los visitantes, mediatizados ambos por la realidad, y, por ende, por la intercomunicación”, y así pues, empezar a  considerar al museo como un ente provocador, comunicador y cómplice de múltiples miradas.

  Desde la perspectiva crítica desde la que trabajamos, creemos que el museo puede aportar una nueva forma educativa que atienda a múltiples discursos; donde exista la posibilidad de discutir, cuestionar, observar, analizar, descubrir, crear, pensar críticamente, fomentar intercambios culturales y facilitar las habilidades y capacidades de cada visitante. Aprender en el museo significará, fomentar distintos estilos e inteligencias; valorar al público no como un recipiente vacío a llenar de conceptos, sino que se le conferirá una responsabilidad mayor, como interlocutor en la vida del museo, gracias a su participación activa en la génesis de discursos propios; aportar mil maneras de mirar, sentir, percibir, hacer, interpretar y experimentar con los objetos o el patrimonio que se está mostrando; interaccionar con el medio, con los demás y con uno mismo.

  Creemos que es fundamental la figura del educador de museo, una figura que debe dejar de actuar en la marginalidad de la institución y al cual se le debería revestir de la importancia que se merece pues es el interlocutor directo con los públicos. Una figura que está comprometida con la mediación en las prácticas y los procesos desde un sentido polivocal, cuestionador de los discursos canónicos y crítico. Es urgente que este perfil laboral sea considerado como un profesional más dentro de las estructuras y no como un colaborador externo con responsabilidades no compensadas, con derechos y no sólo con deberes.

  Líneas de acción museal renovadoras

  Creemos de suma importancia poner en marcha estrategias de apropiación de los discursos museísticos a través de diferentes canales de aprendizaje, para que el visitante pueda construir un conocimiento en base a su bagaje personal, sus percepciones, sus conocimientos previos, sus intereses y su experiencia, para llegar a fundamentar la idea de “museo patrimonial” como constructor de experiencias educativas esenciales (Fontal, 2007).

  La problemática que nos ocupa es la de la construcción de aprendizajes perceptivos dentro del espacio museal, la construcción de aprendizajes a través de canales diferentes a los puramente visuales, que son los que habitualmente se utilizan en estos espacios. Los discursos museísticos, del matiz que sean, pueden llegar a ser aprehendidos por los visitantes favoreciendo el uso de los sentidos, la intuición, los recuerdos, los conocimientos y experiencias previas; vendría a ser algo como la “intrahistoria”, de la cual hablaba Miguel de Unamuno, del visitante que crea a partir del patrimonio tangible que ve expuesto delante de él, su propio patrimonio intangible: sus ideas, sus sensaciones, sus experiencias, etc.…El trabajo con recursos como la polisensorialidad, la polivocalidad y las multinarrativas nos lleva a abrir las puertas de los museos a públicos potenciales, anhelantes de participar en la vida cultural, dejando de lado el etiquetaje predominante en las programaciones museales.

  Lo que el enfoque de la polisensorialidad pretende es fomentar un acercamiento a través de los sentidos, algo tan simple que caracteriza a todos los individuos. De esta forma, si alguien no puede disfrutar de todos los sentidos para percibir se recrea en las sensaciones recibidas a través de otros mecanismos utilizados  y se ven completados por la interacción con otros observadores, a través del diálogo. De esta forma, el que no ve, aprende a tocar, y disfruta imaginando sobre la base de sus percepciones táctiles y la comunicación de la obra que le llega a través de la experiencia de otro interlocutor; el que no oye, disfruta de la vibración como base del sonido; el que no puede tocar, disfruta transmitiendo lo que ve, haciéndose necesarios los unos a los otros, compartiendo la experiencia.

  El museo plantea vidas, discursos, narrativas, que van del museo al espectador, y este último, mediante la autoidentificación con ellas, a través de la evocación, la interacción, la participación y la apropiación, favorece experiencias sensitivas y sensoriales, que transcienden todas las viejas reglas de los museos decimonónicos.

  Los museos están comenzando a desarrollar determinadas características para convertirse en lugares entretenidos y de fácil acceso, tanto en el aspecto psicológico como en el físico. La tarea de los museos consistirá, pues, en encontrar la forma más adecuada de permitir que la mayoría de las personas se beneficien de los recursos que ofrecen. Por todo ello, se debería contar con los medios necesarios que permitan explorar, experimentar, dialogar y manifestar los juicios y conclusiones personales de lo que se percibe en el museo.

  Por tanto, nuestra propuesta concluye con el planteamiento de algunos ítems, traducidos a objetivos generales en nuestra investigación:

  • Promover aprendizajes intuitivos, emotivos, sensoriales y creativos.
  • Capacitar al visitante en la construcción de conocimiento.
  • Procurar la contemplación activa y participativa.
  • Favorecer diferentes canales perceptivos para la apropiación de los discursos.
  • Alfabetizar en la multiplicidad de lenguajes y puntos de vista válidos.
  • Desarrollar la sensibilidad, el pensamiento deductivo y el respeto mutuo por el patrimonio tangible e intangible.
  • Establecer vías de diálogo entre el museo, los visitantes y el entorno.
  • Respetar los juicios de los interlocutores

  Todo ello, creemos favorecerá la realidad museística, para convertirla en agente social al servicio de una comunidad global.

  Nuestro deseo de cambiar la mirada hacia el museo, como un espacio caduco, destinado a las mentes intelectuales, es la base esencial de nuestras reflexiones. El museo se debe erigir, cada vez con más fuerza, en un elemento social, un agente de la comunidad, que coadyuva a ésta en su transformación incesante, una comunidad multicultural, que sirve de puente entre sus distintos representantes, jugando un papel fundamental en la educación continua de los mismos.

  Plantear el museo como espacio de encuentro, de relaciones humanas [Fontal, 2003, 58], de ideas y perspectivas, de historias y emociones, sería el principio generador de las teorías sociales a las cuales adherimos nuestra narrativa, ya que consideramos que cada museo genera formas de sentir y habilita la capacidad de los visitantes a imaginar historias alternativas.

  Bibliografía

  Fontal, O. (2003). Enseñar y aprender patrimonio en el museo. En Calaf, R. (coord.) Arte para todos. Miradas para enseñar y aprender el patrimonio. Gijón: Trea. Pp. 49-78.

  Fontal, O. (2007) ¿Se están generando nuevas identidades? Del museo contenedor al museo patrimonial. En Calaf, R., Fontal, O. y Valle, R. E. (Coords.). Museos de arte y educación: construir patrimonios desde la diversidad. Gijón: Trea. Pp. 27-52.

  Hernández, F. y Padró, C. (2000). ¿Cómo pueden los educadores y educadoras facilitar políticas interpretativas más allá de la conservación del patrimonio?  En www.geocities.com/aiea2000/carlapadro.html

  León, A. (2000). El museo. Teoría, praxis y utopía. Madrid: Cátedra.

  Martín Prada, J. (2006) El museo en la crítica postcolonial. Algunas propuestas desde la creación artística contemporánea. En I Congreso Internacional de Educación Artística y Visual. Ante el reto social: Cultura y Territorialidad enla Investigación en Educación Artística. Sevilla: Ilustre Colegio Oficial de Doctores y Licenciados en Bellas Artes de Andalucía. Actas Digitales.

  Padró, C. (1995) ¿Lecciones o preguntas? La relación entre el visitante y el proceso expositivo en la museología estadounidense contemporánea. En Revista de Museología. Madrid. N. 6, pp. 19-22.

  Padró, C. (2003). La museología crítica como una forma de reflexionar sobre los museos como zonas de conflicto e intercambio. En Lorente, P. (dir.) y Almazán, D. (coord.). Museología crítica y arte contemporáneo. Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza. Pp. 51-70.


[1] Estas palabras de John Falk, sociólogo y colaborador en diversos proyectos evaluativos del Smithsonian Institution de Washington, han sido recogidas por la profesora Carla Padró en un artículo parala Revista de Museología.

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